Tiempos difíciles
Actualizado: 21 sept 2021
Estoy aquí, en mi casa, viéndonos caer. Despacio, muy despacio, todos a una, hundiéndonos lentamente mientras un enemigo invisible e implacable lo devora todo: las vidas, las cordura, la libertad. Nos veo deslizarnos por esta pendiente interminable que no se deshiela nunca.
Llevo catorce días confinada en casa, desde que cerraron los colegios en mi ciudad y, desde entonces solo he salido una vez a comprar. Confinada con los míos. En nuestro refugio, lleno de amor y de risas y de peleas y de lágrimas, como todos los refugios, porque en ninguno reina la dicha absoluta. Ni falta que hace.
Estoy aquí, sepultada bajo libros, canciones, juegos de mesa, vídeos de youtube, películas, deberes. Racionando las comidas, llamando a familiares, conversando por whatsapp con amigos que viven cerca y con otros que viven lejos y me doy cuenta de que en este momento se encuentran todos a la misma distancia.
Estoy aquí, llorando con cada telediario, con cada cifra que esconde nombres, vidas enteras, gente que llora ausencias… Cada número es otra batalla perdida.
Asisto atónita a las discusiones políticas en las redes, a las cadenas de bulos en whatsapp, a los linchamientos colectivos, a la impotencia de aquellos que luchan en primera línea, esos que cuidan de todos nosotros. Cada tarde, a las ocho, tengo un nudo en la garganta y me pican las palmas de las manos.
Invento juegos, manualidades. Hacemos yoga, hacemos muffins, bailamos, salimos a la terraza rogando por un poco de sol, por unos minutos de caricias cálidas para que nuestra piel no olvide el mundo exterior, para que nuestra piel sueñe con largos paseos, paseos infinitos que nos lleven más allá de las calles familiares, más allá de esta ciudad dormida, hermosa y hostil; más allá de las montañas, de los bosques, lejos de los ríos, hasta la misma orilla del mar. O incluso más allá.
No escribo: toda creatividad parece haberse evaporado de mi cabeza y mis personajes han enmudecido de golpe. Todos ellos al mismo tiempo. Los busco en mi cabeza y me miran silenciosos, cabizbajos, tristes… No quieren contarme su historia. Ahora todo parece demasiado frívolo, demasiado superficial. ¿Quién necesita historias de amor cuando cada mañana nos levantamos contando enfermos, cuando cada mañana nos levantamos contando muertos? ¿Qué importan todos esos personajes que no existen en la realidad, que solo habitan en mi cabeza, cuando hay tanta gente luchando por sobrevivir, cuando hay tanta gente luchando porque otros sobrevivan? Mis chicos no quieren hablar. Y yo no quiero escucharlos. A veces la realidad lo invade todo y mi imaginación se muere un poco.
Pero leo y leo y leo. Leo para no ver más telediarios, para no escudriñar más periódicos. Leo para vivir en la imaginación de otros, para viajar lejos, muy lejos, sin dejar las cuatro paredes de mi casa, que es, al mismo tiempo, mi refugio y mi prisión. Leo historias que me llevan más allá de las calles familiares, más allá de los bosques, las montañas y los ríos, más allá del mar, para no ahogarme en este cuento de nunca acabar en el que se han convertido nuestras vidas, en esta novela que vivo perpleja, que contemplo desde fuera de mi cuerpo, sin poder creer que estemos cayendo. Despacio, muy despacio, hundiéndonos cada día un poco más, deslizándonos por esta pendiente interminable que no se deshiela. Ya sabemos que el final está lejos y que, cuando llegue, solo nos esperarán otras batallas terribles.
Y río, porque tengo dos niños que me hacen reír. Y hablo de libros, porque tengo dos amigas que los aman con tanta pasión como yo. Y dejo que tú me cojas la mano en cada telediario que vemos, porque sabes que tengo un nudo en la garganta. Y cocino, porque la cocina alimenta el cuerpo y el alma. Y lloro con una película que he visto mil veces. Y escucho música triste para piano porque el mundo ahora mismo suena a Satie, a Chopin, a Rachmaninov, a Sibelius... Y me paseo por las redes para recordarle a algún lector necesitado que mi novela está allí, esperando, para darle un poco de evasión, para que pueda escapar un rato de esta realidad absurda que parece inventada, pero que es tan escalofriantemente real que ha matado mi imaginación.
Y escribo estas líneas porque tengo que exorcizarlo y solo conozco esta forma de hacerlo. Así que me abro en canal, porque en el fondo soy como Miles y necesito sacarlo fuera, así, en público, sin importar que esté entregando demasiado de mí misma, sin importar que deje gotas de sangre sobre el teclado. No sé hacerlo de otra forma.
Solo sé vomitarlo aquí para después ponerme en pie y afrontar lo que viene con más serenidad.
(No me lo tengáis en cuenta: esto es solo una pequeña parte de mi).
Ánimo Marian!! Vivimos tiempos difíciles y es necesario racionalizar tanto la información como el miedo para poder con todo lo que está cayendo. Un abrazo, aunque parezca mentira hoy, esto también pasará 😘