Inseguridades de escritor
Actualizado: 21 sept 2021
Están ahí, acechando. No importa que seas novato o veterano. Se quedan quietas, agazapadas tras los matorrales, aguardando el momento oportuno para saltar sobre nosotros. De repente, atacan, sin previo aviso. Saltan sobre ti, te muerden en la pierna y el veneno se extiende despacio por todo el cuerpo. Ningún autor se libra. Porque en este oficio tan solitario, en el que, al final, quitando todo lo accesorio, eres tú y tu página en blanco, las inseguridades están a la orden del día.
Te hacen planteártelo todo: los personajes, la trama, la forma de escribir... Ese párrafo, ese capítulo, que ayer parecían maravillosos, de repente están plagados de defectos que no hacen más que señalar lo pésimo que escribes. Aquella novela que publicaste con tanto orgullo, eres incapaz de releerla sin sentir vergüenza ajena. ¿Cómo permitió tu editor que eso saliera a la luz? ¿Por qué tus lectores cero no fueron más implacables y te señalaron todo lo que andaba mal en aquel libro? ¿Por qué no supiste reflejar la hondura de ese personaje que tanto amaste?
Vienen y van, por supuesto. Pero, cuando vienen, golpean con saña. Saben bien donde duele, qué lugares de tí flaquean. A fin de cuentas, nacen de tu interior más oscuro. Se lanzan a degüello, dispuestas a hundirte en el pantano de la desesperación y no dejarte salir nunca. Quieren ahogarte en dudas, enterrarte viva, demostrarte que no vales para este oficio, que da igual cuánto luches porque solo puedes caer.
¿Y si he llegado al tope? ¿Esto es lo máximo que puedo hacer? ¿Es mediocre todo lo que sale de mi cabeza? ¿Soy un fraude? Ahí están, dispuestas a devorarte hasta no dejar ni los huesos, hasta que te tiemblen tanto las manos que decidas cerrar el ordenador, encerrar a todos esos personajes que bullen en tu cabeza dentro de un armario con tres vuesltas de llave y no volver a escribir una línea nunca más.
Por suerte, somos volátiles. O más fuertes de lo que creemos. O más insensatos, no sabría decirlo. Al final el papel nos reclama, así que nos sacudimos las inseguridades y volvemos a la carga. Solo entonces comprendemos para qué existen, por qué nos golpean hasta casi hacernos desfallecer, por qué atacan sin piedad, tratando de derribarnos del caballo. Y es porque nos hacen crecer y mejorar, nos impiden dormirnos en los laureles. Nos obligan a ser autocríticos, a sacar lo mejor de nosotros mismos y esforzarnos para que la siguiente novela sea un poco mejor que la anterior.
Así que, bienvenidas, inseguridades. Golpead, morded, empujad. Tratad de asfixiarnos. Al final de la batalla, seremos más fuertes y mejores escritores.
Volverán, estoy segura. No dejarán de acecharnos nunca. Pero nadie dijo que nos esperara un camino fácil; esto no es solo sentarse y teclear. Es una batalla sangrienta contra nosotros mismos, contra nuestras debilidades y nuestras obsesiones. Y ahí viven, sin que podamos evitarlo, todas nuestras inseguridades.
¿Habéis conseguido derrotarlas?
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