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  • Foto del escritorMarian Viladrich

Lectura: "El agua que mece el viento", de Mía Martín

Actualizado: 25 mar 2021




Se me acumulan los libros de los que quiero hablar y este título de mi compañera de editorial lo tengo pendiente desde hace mucho tiempo. En esta ocasión, además de una pequeña reseña sin spoilers, quiero contaros algunas curiosidades de la novela que seguro que os encantará conocer. Como sabéis, fui lectora cero de la bilogía de romance histórico Viento y Agua, de Mía Martín, tal como os expliqué en la reseña de la primera parte, Al filo del agua. He asistido al proceso de creación de esta historia y me encantaría aprovechar que la he visto crecer para contaros algo más que mi opinión sobre la trama.


Por eso, no voy a extenderme algunas de las cosas que ya apunté en mi anterior reseña y que se mantienen en El agua que mece el viento, como la importancia de Harold Hans, que continúa sirviendo de puente entre el lector occidental y la cultura y mentalidad chinas; la estructura, hábilmente trabajada para sostener múltiples tramas a través de distintas líneas temporales, o ese cuidadísimo lenguaje poético que tan bien encaja con los personajes y el ambiente que recrea.


En esta ocasión, voy a adentrarme un poco más en el interior de la novela, porque, después de disfrutar de la lectura de una historia, para mí no hay nada más divertido que bucear en los entresijos de la misma. Y esta bilogía tiene mucho que explorar.


"Intento deshacerme de ti y no puedo. Yo cambio, mi realidad cambia, pero lo que siento por ti permanece arraigado en mi pecho, como viejas raíces que se retuercen bajo tierra". El agua que mece el viento, Mía Martín.

Un amor imposible e inevitable


Al igual que en Al filo del agua, la novela continúa saltando de un tiempo y de un espacio a otro, llevándonos de China a Irlanda y de Perú a Escocia para seguir los pasos de Cao y Uther desde el final de su adolescencia hasta su madurez. Con ellos recorremos el tortuoso camino de este amor imposible y, a la vez, inevitable que resiste los embates del tiempo, los abismos sociales que los separan en todos los lugares y en todas las culturas, los propios intentos de Cao para desgarrarlo y la distancia involuntaria que se ve obligado a imponer Uther. Nada importa. Solo el amor de un dragón dispuesto a desafiarlo todo por la mujer que ama y los complejos sentimientos de un hada salvaje que lucha consigo misma y a la que persigue la culpa a lo largo de toda su vida.


Esta épica historia de amor nos va a regalar todo tipo de emociones: escenas tiernas y otras dolorosas, momentos de pasión y de desencuentro, de soledad y de conexión de una pareja que se ama con profundidad y que a menudo no sabe qué hacer con ese amor, si recomponerlo o destruirlo definitivamente.


Un cambio de ritmo para un mundo nuevo


En esta parte, empiezan a encajar todas las piezas dispersas del puzzle creado en la anterior entrega. No solo el romance entre Uther y Cao, también todas las otras tramas secundarias. Somos testigos de otras dos preciosas historias de amor, del cambio de un país y de una sociedad que se derrumba ante nuestros ojos para entrar en la modernidad con violencia y dolor. Ningún personaje de esta historia permanece ajeno al cambio. Los arrolla a todos con una fuerza demoledora y deberán renacer de sus cenizas para sobrevivir en un mundo nuevo.


"Mi padre era un hombre que tenía sus propias ideas sobre lo que China necesitaba. Era un hombre que había estudiado en el extranjero, que sentía el corazón dividido entre el amor a su tierra y la terrible corrupción que impregnaba cada estamento (...) y decidió llenar la cabeza de sus hijos de enseñanzas extranjeras que hablaban de democracia y libertad. Nos abrió la puerta a un mundo que no era el nuestro. Nos mostró las herramientas necesarias para volar, pero jamás nos entregó las alas para lograrlo, y esa fue la causa de la destrucción de mi familia". El agua que mece el viento, Mía Martín.

Se produce un cambio de ritmo narrativo que va acorde a los cambios en la trama. Al filo del agua, la primera parte de la bilogía, era una novela pausada, lo que encajaba con esa sensación de tiempo suspendido que tenían las distintas partes de la historia: la infancia de los protagonistas (¿no transcurre el tiempo más lento cuando eres niño y, solo al crecer, cobra velocidad de vértigo?), pero también las escenas en Perú, un tiempo de espera para ese matrimonio destruido que se ha visto obligado a esconderse del mundo en una casona aislada.


Ese tono reposado de Al filo del agua correspondía también a esos sentimientos que florecen poco a poco entre Uther y Cao, casi sin que se den cuenta, y a la memoria de una anciana que no tiene prisa por recordar su historia.


Sin embargo, en el El agua que mece el viento el ritmo narrativo cambia, sin que se vean mermadas la ambientación ni el lirismo. De repente, la historia cobra una velocidad de vértigo que encaja con los acontecimientos de la trama. Todo lo que estaba dormido (el amor de Uther y Cao, la política, esa China convulsa en fase de cambio, los oscuros secretos del pasado) despierta de golpe y la narración no deja respiro, se va volviendo cada vez más trepidante, más intensa, más desgarradora, hasta la necesaria conmoción final de todas sus líneas temporales.


Un canto de amor a la cultura china


La bilogía Viento y Agua no es solo una gran historia de amor en una época lejana. Es también un canto de amor de su autora por la cultura china, a la que se acerca con respeto y admiración. Para contar esta historia, Mía Martín se ha embebido de China, de su historia, de su mentalidad y de su cultura y ha dejado evidencias de su fascinación por ella a lo largo de todo el texto.


Por este motivo, el relato está plagado de referencias y homenajes a la literatura, al cine, a la música, a antiguas leyendas chinas... Agradezco mucho mis conversaciones con la autora, puesto que mi conocimiento de la cultura oriental es bastante limitado y me habría perdido la mayoría de estos guiños. Algunos hacen referencia a obras de autores más conocidos por el lector occidental, como Pearl S. Buck o Amy Tan, pero también a autores más desconocidos para el gran público, como los novelistas Mo Yan y Yan Lienke o la poeta Yu Xihua, entre muchos otros nombres.


Como es imposible que haga aquí un análisis detallado (daría para una tesis doctoral), escogeré algunos de los ejemplos más representativos.


Así, puedo deciros que un capítulo de La buena tierra, de Pearl S. Buck, inspiró una de las escenas más impresionantes del libro durante la revuelta bóxer, cuando los rebeldes entran por la fuerza en la casa Hou y la imponente abuela de Cao se enfrenta a la turba. Aprovecho aquí para señalar que la abuela de Cao me parece un personaje fascinante y maravilloso y que cada escena en la que aparece se la roba: la engulle, enterita para ella. El nombre de esta mujer, Gong Er, rinde homenaje a la protagonista de la película hongkonesa The Grandmaster (Wong Kar-wai, 2013), protagonizada por Tony Leung. Esta película, basada en la biografía del maestro de kung fu Ip Man, es uno de los grandes referentes de la novela de Mía Martín, a la que rinde homenaje en varias escenas (entre ellas, las de la maestra de kung-fu de Uther).


Otro de los grandes referentes es El pabellón de las peonías, escrita en 1598 por Tang Xianzu, que ha sido apodado el Shakespeare chino. Se trata de una de las obras más representativas de la ópera kunqu, que ha servido de fuente de inspiración a Mía en, por ejemplo, una magnífica escena de muerte (y hasta ahí puedo leer, que no quiero hacer spoilers). En otro momento de la novela, uno de los personajes recita un fragmento de esta obra cumbre de la dramaturgia oriental.


También hay otras referencias literarias más obvias que son más fáciles de detectar por los lectores occidentales, como los evidentes homenajes a a la leyenda del rey Arturo y a El conde de Montecristo, en lo que tal vez sea la parte más oscura de la novela (una escena que también rinde homenaje a El suplicio del aroma de sándalo, novela de Mo Yan, escritor que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2012).


Esto es solo una muestra de los múltiples guiños e influencias que recoge la novela de Mía (porque a lo largo de la historia se cuelan ecos de versos, fragmentos de leyendas, pequeños homenajes a otras historias y a otros personajes). La historia se disfruta por completo sin necesidad de conocer todas estas referencias, que están escondidas en el texto con mucho respeto y cariño, sin pedantería alguna, pero creo que es una de las razones por lo que la ambientación resulta tan creíble. Así que no os precupéis, la historia de Uther y Cao es estupenda y se entiende a la perfección sin haber leído jamás a ninguno de estos autores, pero me apetecía desvelaros algunos de los secretos que esconde esta historia porque me parece precioso ese homenaje a un universo que a muchos nos resulta ajeno y porque pone de relieve el abrumador trabajo que la autora ha realizado en esta bilogía romántica.


Cómo empezó todo


Y termino contándoos, como anécdota, que lo primero que leí de esta bilogía, cuando aún estaba en su fase de arranque y todo era un caos (qué maravilloso es el proceso de creación, aprovecho para apuntarlo), fue el primer capítulo de esta segunda parte, que entonces iba a ser el inicio de la historia de Cao y Uther, es decir, que iba a ser el principio de Al filo del agua. Los pescadores del Yangtsé y la extravagante pareja que encontraron de forma tan insólita me cautivaron desde la primera línea y supe que Mía iba a contar una gran historia. Ha pasado mucho desde entonces y debo confesar que el resultado me parece aún mejor de lo que creí en su momento, que su autora hizo crecer la historia de Uther y Cao hasta dotarla de dimensiones épicas y que considero un auténtico privilegio haber sido testigo del proceso.


Espero que os haya resultado interesante adentraros un poco en El agua que mece el viento y conocer unas pinceladas de los secretos que guarda en su interior.



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