Bienvenidos a Oak Hill
Actualizado: 21 sept 2021
No, no la busquéis en los mapas. Oak Hill no existe, aunque tenga algunas características de un par de localidades reales de Carolina del Norte. Esa pequeña ciudad ficticia salió por completo de mi imaginación para dar vida a mi primera serie de libros, formada por tres novelas independientes, pero entrelazadas: La chica de su hermano, Regreso a Oak Hill y La cocinera de Oak Farm. Durante dos años tuve la sensación de que una parte de mí vivía en Oak Hill, como si me hubiera desdoblado y mi yo mental habitara un lugar distinto de mi yo físico. Así, mientras la Marian real se paseaba por Madrid, llevaba a los niños al colegio, se sentaba ante el ordenador, redactaba textos o hacía la compra, había otra Marian, esa Marian escritora que vive en mi cabeza, que, en cuanto podía, se escapaba a Oak Hill, Carolina del Norte, pequeña localidad a tan solo una hora de Charlotte, la ciudad más poblada del estado.
Empezó siendo una ciudad muy pequeña. Qué digo ciudad: eran tan solo dos casas vecinas, dos casas blancas, muy parecidas, separadas por una valla. Una de ellas tenía una puerta roja, la otra un impresionante roble escarlata en el jardín. Has visto cientos de veces casas así, incluso si no has viajado nunca a Estados Unidos, porque son las típicas que todos hemos visto en películas y series, las que componen esos barrios familiares de clase media en los que todo parece cálido, hogareño, seguro. Es una imagen, por supuesto. Si intentas atravesar la puerta roja, tal vez encuentres algunos demonios que te gustaría no conocer.
Enseguida aparecieron las mansiones del otro lado de la colina, el parque de caravanas a orillas del río Fletcher y ese lago en torno al que orbitaba gran parte de la actividad económica del pueblo. Oak Hill no paraba de crecer en mi cabeza y, cuanto más tiempo pasaba allí, descubría nuevas calles, edificios y rincones. Hice trampas, unas pocas, tengo que reconocerlo, pero procuré que se integraran bien con el entorno, porque de Filadelfia me traje una calle antigua de edificios de estilo federal para dar vida a mi calle favorita de Oak Hill y tuve la osadía de traerme un puente de un pueblo de Ávila y, tras resetearlo un poco para adaptarlo a las construcciones del país, colocarlo en un rincón perdido y romántico poco transitado.
Acabé enamorada de Oak Hill, no podía ser de otra forma. Enamorada de sus brillantes colores otoñales y de su verano plácido y caluroso, de esos niños que se desplazaban en bicicleta de un lado a otro, de la maravillosa librería de los Bradley, donde podría perderme días enteros buscando libros, o de la taberna de Smiley, que tiene todo lo que se le puede pedir a un bar: buena cerveza, buena comida, buena música, buena compañía. Me colé con mis chicos en las ruinas de Oak Farm y entonces viajé al pasado, a las antiguas plantaciones del Sur, con sus campos de algodón, sus hermosas mujeres y su sórdida historia de esclavitud. No me detuve allí demasiado tiempo, lo justo para tomar algunas notas, pero no descarto que, en un futuro, haga una nueva visita.
A mi yo mental le gustaba sentarse en el embarcadero del lago Murray y observar las andanzas de los vecinos. Por supuesto, los primeros que captaron mi atención fueron Alison Parker y los hermanos Hamilton, con su fascinante historia a tres bandas que cada uno se empeñaba en contarme de una forma distinta. A veces era una locura escucharles, porque tenían distintas opiniones sobre lo que ocurrió un mismo día, así que tuve que ponerme en modo madre y decirles: "De uno en uno, por favor". Con mis hijos funciona. Parece que con mis personajes también.
Ellos trajeron una galería de personajes, cada uno con su propio carácter y su propia historia. Muchos se mantuvieron en un papel secundario, pero otros (Rebecca, Ethan, Liliana, Grant) exigieron un lugar protagonista desde el que narrar sus vivencias. Ellos también tenían una historia que contar y, aunque se pueden conocer por separado, sus vidas están irremediablemente entrelazadas.
Entonces mis chicos crecieron y se marcharon de Oak Hill para estudiar, trabajar o, simplemente, ver mundo. Tuve que seguirles, claro, y fui detrás de ellos a Nueva York, Boston, Filadelfia, Seattle, Blacksburg, Londres… Los vi crecer, tomar decisiones (unas más acertadas que otras), y elegir los caminos que forjarían su carácter.
Pero mis chicos, de una forma u otra, acabaron volviendo a Oak Hill, porque todos ellos se sentían atados de alguna manera a la ciudad de su infancia y de su adolescencia, la ciudad en la que crecieron y se enamoraron por primera vez. Esto último no lo supieron hacer muy bien. Tal vez eran demasiado jóvenes para un sentimiento tan grande, estaban demasiado confusos, demasiado perdidos o, sencillamente, era demasiado pronto. Por suerte, en Oak Hill siempre hay una segunda oportunidad para el amor verdadero. Solo necesitan estar preparados y conocerse un poco mejor a sí mismos para volver a casa, atar los cabos sueltos del pasado y recuperar al amor de su vida.
Si queréis saber más detalles de mis novelas de la serie Oak Hill (todas ellas disponibles en ebook), podéis pinchar en las portadas. ¿Cuál os llama más la atención?
Edito para dejaros por aquí el enlace a la preciosa reseña sin spoilers que ha hecho
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